La infancia es una etapa crucial en la vida de todas las personas.
De acuerdo con los especialistas en psicología, lo que ocurra en ella marcará el futuro de cada individuo, de una u otra forma.
De ahí que muchos de los trastornos y padecimientos comunes en la población tengan relación directa con alguna carencia afectiva proveniente de esta etapa inicial de la vida.
Por eso, cuando las heridas de la infancia no se tratan ni se atienden a tiempo, pueden convertirse en lastres que impiden alcanzar la felicidad en la edad adulta.
No obstante, es importante reconocer que siempre estaré a tiempo de tomar cartas en el asunto e iniciar el camino de mi sanación y mi recuperación interna.
Esto, a fin de cuentas, me permitirá encontrar el equilibrio necesario para desplegar todas las potencialidades que poseo como individuo.
La infancia
Cuando las personas nacen se encuentran desprovistas de todo, por lo que necesitan el apoyo de sus familiares y seres alrededor para satisfacer sus necesidades básicas, las cuales van desde la alimentación hasta el cuidado general y, por supuesto, el afecto.
El tema del afecto es de tanta importancia, que incluso se han desarrollado varias teorías al respecto.
Estas teorías destacan el papel de la intervención física y emocional, manifestada en el contacto físico, las muestras de afecto de todo tipo, así como el cuidado y cercanía constante entre los padres y el nuevo ser.
Esta acción ejercida por los padres y los familiares, o seres cercanos, le permitirán sobrevivir en el mundo al cual ha llegado.
Además de convertirse en factores que le proporcionarán seguridad, tanto externa como interna, e irán conformando lo que será su estructura de personalidad y su autoestima.
Lo que se reafirma desde estos análisis y estas posturas, es la importancia del vínculo afectivo establecido entre los padres y los niños.

Por ello, aunque los pequeños puedan estar a salvo de forma física, es decir, aunque tengan cubiertas sus necesidades básicas, aún es necesario cubrir aquellas necesidades afectivas que también están presentes.
Las carencias emocionales
Cada familia es distinta y todos los padres han aprendido a serlo por caminos diferentes.
En consecuencia, la inmadurez, la inexperiencia, las mismas heridas del pasado (que pueden generar ciclos de violencia o carencias afectivas específicas), entre otras cosas, se convierten en factores que inciden directamente en la estabilidad emocional de los nuevos miembros de la familia.
Asimismo, las carencias emocionales se pueden manifestar de diferentes formas.
Por lo que algunos tendrán falta de expresiones de cariño de forma verbal, en tanto que otros anhelarán haber tenido muestras de contacto físico en particular.
En cualquier caso, la ausencia es percibida como tal por parte del niño desde el momento en que se compara con los demás niños de su edad o cuando, con el paso del tiempo, va racionalizando lo que ha vivido y asume la carencia.
Esta sensación de carencia se manifiesta y expresa como una sensación de vacío que se va asentando en la personalidad del sujeto conforme crece, por lo que, al llegar a la vida adulta, intentará llenar este vacío de diversas maneras.

Ahí es cuando surgen las obsesiones hacia objetos, situaciones o personas, así como las adicciones y las primeras formas de relaciones destructivas o autodestructivas que he podido atestiguar en infinidad de ocasiones.
A fin de cuentas, las adicciones, las obsesiones y las relaciones tóxicas solamente llenan el vacío de forma temporal e ilusoria.
En realidad este no se está sanando, sino que simplemente se está cubriendo con algo que, a la postre, no servirá para mantener el equilibrio aparentemente alcanzado.
La sanación de las heridas
Es fundamental que, una vez que se ha descubierto y asumido que existe una carencia, se inicie un proceso de sanación particular que realmente permita cerrar esa etapa dolorosa y llenar el vacío con aquello que realmente pueda terminar con el ciclo de dolor y pérdida que se siente.
El primer paso en este sendero de la sanación consiste en la identificación de la propia persona como una individualidad adulta que no solamente ya es independiente, sino que no está necesitada de la ayuda externa que sí se requería durante la infancia.
Siendo así, lo primero es asumir la independencia ligada a la adultez.
Es verdad que el pasado no se puede cambiar, pero sí puedo transformar la forma en que lo asumo y la manera en que vivo el momento presente.
Una vez que entiendo que ya tengo el control de mi vida, el siguiente paso consiste en buscar el afecto deseado de la manera adecuada.
El afecto, el amor, no se deben buscar en el exterior, pues quien considera que encontrará afuera lo que necesita o le hace falta internamente, se está condenando a estar ligado indefinidamente a aquello que aparentemente le da lo que necesita y esto sólo genera ciclos de dependencia.
De esta manera, el amor ansiado se debe buscar en el interior y debe nacer de ahí para luego expresarlo hacia toda mi persona.
Es decir, primero me debo querer yo como persona, primero debo sentir afecto por mí mismo para, posteriormente, desplegar mi individualidad consciente y plena, y encontrar, entonces sí, a las personas indicadas con las cuales poder compartir mis logros y mi crecimiento personal.
En ese sentido, la conexión con el yo interno es la base de una verdadera transformación personal.

Esta conexión personal me permite reconocerme como soy, con deficiencias y posibilidades, con oportunidad de ser feliz sin importar lo que haya ocurrido en el pasado.
Sólo así, desde esta conciencia del yo, reconoceré que tengo en mis manos la responsabilidad y la oportunidad de comenzar el cambio en mi vida y seguir de frente al sol.
Además de lo anterior, es preciso tomar en cuenta que el proceso de sanación es particular para cada persona y no es algo inmediato.
Sumado a ello, cuando se necesite apoyo profesional, es más que recomendable acudir con el especialista, pues su acompañamiento puede ser vital para salir adelante.
Definitivamente, en la edad adulta es posible sanar las vivencias de la infancia.




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