libertad

Desde pequeños, una de nuestras aspiraciones como seres humanos es tener la libertad de poder hacer y decidir sobre nosotros y nuestras acciones en el entorno.

En nuestro caso, al llegar a la vida adulta, las circunstancias nos limitan para realizar todo aquello que deseamos, es decir, no somos libres del todo.

Sin embargo, existe una postura de vida que me ha permitido elegir cómo quiero vivir a pesar de hacerlo en condiciones anodinas o límite.

Me refiero a la llamada “libertad interior”, ese espacio interno en todo ser humano que me ha permitido decidir desde mi voluntad la manera de abordar las diferentes situaciones que se me presentan.

Nadie puede ingresar a ese lugar, ni puede tocarlo.

Pero es seguro que forma parte de la condición humana y lo reconozco cuando, sin importar el contexto, insisto en mantener una actitud firme y digna que me permita continuar por el camino de mi elección.

Un espacio de conexión interior

En ese aspecto importa la capacidad que tengo para conectar conmigo mismo, con mis deseos, gustos, experiencias y expectativas; importa escucharme y anteponer mi voz a las voces o al ruido que provienen desde el exterior.

Es decir, respetar mi autonomía como ser humano y, por lo tanto, mi dignidad.

Ese espacio personal, digno y autónomo, resulta indestructible. De manera personal, puedo acudir a él en situaciones cotidianas.

Por ejemplo, cuando enfrento conflictos en mi espacio de trabajo o de estudios y asumo una postura acorde a mis valores, sin importar las consecuencias o los juicios; aunque también ha fluido en las grandes crisis humanitarias de la historia, tal como ocurrió con quienes vivieron en los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

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Descubrir el sentido de vida para ser libre

Cuando afirmo que el ser humano tiene la posibilidad de decidir aún en situaciones extremas retomo la propuesta del psiquiatra Viktor Frankl, quien vivió en los campos de concentración nazis y atestiguó cómo, a pesar de los innumerables actos de crueldad por parte de los miembros de ejército, muchos de los presos se aferraron a sostener y expresar su humanidad a pesar de su decadencia física y de la constante amenaza de morir, algo que identificó como una responsabilidad ante la vida.

Por ello, en su libro «El hombre en busca de sentido» habló de la existencia de una libertad última, es decir, la capacidad de generar pensamientos, sensaciones y decisiones conscientes sobre nuestra existencia, independientemente del contexto.

Algo que nadie nos podría quitar.

Esta posibilidad de generar nuestro bienestar no aparece o desaparece de acuerdo a las circunstancias, pues se trata de una postura de vida en la que lo importante no son las situaciones que nos ocurren, sino cómo actuamos frente a ellas.


Una conciencia que te guia

Recordamos «La vida es bella», una película italiana que aborda el mismo hecho sobre la vida al interior de los campos de concentración.

En ella, un padre es aprehendido por los alemanes junto con su pequeño hijo a quien procura proteger del horror vivido en ese lugar.

Para ello, se vale de toda la esperanza, alegría, humanidad y, sobre todo, del amor que siente por él para contarle historias que le permitieran vivir lo mejor posible hasta su liberación.

Como ese, existen otros personajes inspiradores en la ficción y también en nuestro entorno: se trata de aquellas personas que han hecho conciencia de su autonomía, del sentido que existe en el hacer y el pensar desde la convicción, el amor y la dignidad.

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A partir de ello, deciden cómo será su actuar en el mundo en cada momento, propositivo, activo o contemplativo; en cualquier caso, tendrán una razón para proceder así.

La libertad se siente desde adentro

Pero ¿de dónde ha surgido esa posibilidad de sentirme más libre al interior que en el exterior? Sin duda, al preocuparme por cultivar y conectar con mi mundo interno, tengo mayor posibilidad de reconocer esa sensación, pues mis pensamientos van más allá de una búsqueda inmediata de satisfacción o reconocimiento.

Es decir, busco liberarme de cualquier miedo, aprehensión o discurso externo y solo aspiro a ser yo mismo, incluso más allá de mi ego, solo a través de mi conciencia.

Esto lo logro de diversas maneras, algunas pueden ser a través de lecturas y meditaciones que alimenten e iluminen mi espíritu y que me hagan consciente de que cada situación y cada persona se me presenta para aportarme algo; de que puedo maravillarme con el simple hecho de ver el amanecer o la sonrisa de mis hijos.

No pretendo intelectualizar el proceso, solo comprender nada más que mi propio ser.

Es importante que esta propuesta no se confunda con el egoísmo, pues no se trata de vivir aislado del resto de las personas sin importarme su bienestar.

Más bien pretendo acercarme y escucharme a mí mismo para relacionarme de una manera más sana con los demás.

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Un universo que nos acompaña internamente

Existe un relato breve titulado «El loco», del escritor libanés Khalil Gibrán, en el que dos personas conversan con un ciego de nacimiento y una de ellas le pregunta sobre el origen de su sabiduría, a lo que él responde «Soy astrónomo [y llevándose las manos al pecho, dijo] observo todos estos soles, y estas lunas, y estas estrellas».

Es necesario creerlo, todos llevamos un universo en nuestro interior.

Dice el filósofo hindú Jiddu Krishnamurti que, al vivir en este mundo, el ser humano tiene como único reto conseguir su libertad interior (a la que también llama psicológica), ya que, de no hacerlo, se generarían caos y numerosos conflictos desde nuestro mundo personal y eso se reflejaría de manera inevitable hacia el exterior.

Por ello, al conseguir esa libertad he experimentado una sensación de ligereza, de plenitud y el fortalecimiento del espíritu que me permite ver con claridad el sentido de mis actos y la belleza en mi cotidianidad presente.

Tomar mis propias decisiones, recorrer la ruta que decidí, actuar desde el amor y atender lo que me dice mi voz interior es mi manera de trascender, de darle dignidad a mi vida, de darle auténtica libertad.

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