infancia

En ocasiones no damos demasiada importancia a nuestra etapa infantil, de la que nos quedan quizá recuerdos un poco distorsionados, sin embargo la infancia es un período de nuestras vidas muy importante, capaz de condicionar nuestra forma de ver el mundo, interpretar la realidad, de percibir las situaciones…

Hemos nacido en un contexto concreto, en una situación socioeconómica  y cultural determinada, en un familia con unas experiencias vitales únicas que van a forjar nuestro carácter y personalidad.

En este artículo quiero compartir contigo cómo las heridas emocionales de la infancia afectan a nuestro presente y pueden llegar a condicionar lo que nos queda por vivir.

Para empezar te quiero explicar que es una herida emocional.

Aunque puedas hacerte una idea te invito a que hagas un pequeño ejercicio… Intenta recordar un acontecimiento que te produzca una intensa emoción, ya sea dolor, soledad, tristeza, miedo…Si no tenemos la posibilidad de resolver esta emoción y la misma se va impregnando en nuestro interior, es cuando se crea una “herida emocional”.

Cuando somos pequeños nos faltan muchos recursos personales y el acompañamiento adecuado para, precisamente, poder resolver por nosotros mismos estas emociones, por ello la infancia es un momento vital en el que algunas de estas heridas se cronifican y nos acabamos acostumbrando a ellas sin darnos cuenta.

Es un hecho contrastable que todos tenemos heridas de nuestra infancia.

Nuestros padres seguro que se esforzaron en ofrecernos todo lo que consideraban bueno para nosotros, aun así muchas son las situaciones con las que nos tenemos que enfrentar sin estar preparados emocionalmente.

¿Cuál es el origen de las primeras heridas?

Se pueden producir tras sufrir eventos traumáticos como abusos, muerte de algún familiar directo, enfermedad… así cómo interpretaciones distorsionadas de la realidad que pueden llevar al niño o niña, por su inmadurez, a procesar el evento sin entenderlo, alojando la emoción a nivel inconsciente.

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Con el paso del tiempo y el crecimiento natural, el número de heridas puede ir aumentando, así como la dimensión de las que ya tenemos instauradas. Al madurar lograremos sanar algunas de ellas, pero otras tienen tendencia a condicionar algunos de nuestros comportamientos, con los que conseguimos “evitar” el dolor que pueden desencadenar. 

Esta misma evitación se podría decir que es el mayor problema, ya que al negar la herida cada vez se hace más fuerte en nuestro interior y al no querer verla de frente no nos permitimos pedir ayuda para resolverla.

Síntomas que nos alertan de la existencia de una o varias heridas emocionales.

– Nivel elevado y mantenido de ansiedad (estado de alerta, palpitaciones, sudoración…)
– Depresión (sentimientos de tristeza o vacío, desmotivación, culpa…)
– Insomnio o sueño excesivo
– Relaciones conflictivas
– Miedo…

Existen 5 heridas emocionales de la infancia que podríamos considerar las más comunes.

Las cuales tienen un gran impacto en nuestro comportamiento ya adulto y sobre todo en la manera en la que nos relacionamos con otras personas.

– Herida de abandono

La persona se ha sentido abandonada cuando no se han cubierto sus necesidades afectivas. Las emociones que se asocian son la soledad, la desprotección y el miedo.

Cuando de adultos esta herida nos condiciona, solemos buscar el afecto que nos faltó en nuestras relaciones, pudiendo desarrollar ciertas dependencias emocionales con parejas, amistades o hijos.
También se dan comportamientos de desconexión y de excesiva protección evitando las relaciones más profundas para evitar el volver a ser abandonados.

– Herida del rechazo

Cuando no fueron respetadas nuestras opiniones, personalidad, vivencias…Genera una falsa idea inconsciente de que no somos dignos de ser amados ni de amar, llegando incluso a despreciarnos a nosotros mismos.

Sufriremos cuando alguien nos critica o no acepta nuestras ideas. Ya de adultos sentiremos la necesidad constante de aprobación y reconocimiento por parte de los demás.

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– Herida de la humillación

Esta herida se produce cuando recibimos muchas críticas y comentarios negativos en relación con nuestras capacidades, personalidad o forma de hacer las cosas.

Podemos llegar a sentirnos incapaces e inseguros.

Tendremos una autoestima frágil y vulnerable.
Por lo que nuestros comportamientos tenderán a anularnos o incluso ridiculizarnos a nosotros mismos por sentirnos inferiores o indignos.

– Herida de la traición

Se da cuando nos hemos sentido engañados por nuestros cuidadores. De forma puntual o constante, produce en nosotros sentimientos de desconfianza y soledad.

En la etapa adulta nos será muy difícil tener confianza en nuestras relaciones interpersonales y como mecanismo de compensación se tiende al control excesivo para evitar ser de nuevo traicionados.


– Herida de la injusticia

Puede abrirse esta herida cuando hemos recibido una educación autoritaria, en la que se nos han impuesto los puntos de vista de nuestros padres, sin tener en cuenta nuestras necesidades.

Lo que puede producir con el tiempo es cierta rigidez mental, siendo personas que emiten juicios de valor expresados como verdades absolutas.

Suelen ser obsesivos con el orden y el perfeccionismo.

¿Cómo se deberían sanar estas heridas?

Es importante no pensar que siempre hemos de estar condicionados por ellas, podemos afrontarlas y ser conscientes de ellas para transformarlas.

Si te has identificado con algo de lo que has leído en este post no dudes en buscar un terapeuta, que te acompañará en este proceso de autoconocimiento, trabajando conjuntamente para sanar tus heridas de la infancia.

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